Estamos ante un libro que despide aire fresco en la literatura juvenil contemporánea, necesitada de historias que no solo hablen de la realidad, sino que nazcan de la vida misma: la droga, la corrupción, el terrorismo, el amor, la confianza, la familia son temas que nos interesan a todos, a cada uno de nosotros, ávidos de aprender en medio de un mundo desconcertado, confundido por la ausencia de referentes, de modelos reales y de historias de verdad.
Formamos parte de
una juventud amodorrada, hipnotizada, sin sangre. Necesitamos ser
despertados con historias como esta, levantados de nuestra comodidad con
el desgarro que nos produce la historia de Vicente, donde la droga, o,
si no, la huida a paraísos falaces e inexistentes por nuestro
descontento con la vida que nos rodea, nos tienta a matar
-simbólicamente hablando- a nuestros padres, a nuestros profesores y a
todo vínculo afectivo con el mundo. Sin duda, este libro es esa segunda
oportunidad que nos da la vida para decir: Sí quiero vivir, sí quiero
entregarme a la vida para que la vida me dé lo que necesito: amor.
El amor se convierte en un tema axial de la novela, un tema latente en el libro, ausente en toda la trama hasta el final, cuando -de modo climático- descubrimos qué es lo que da sentido a la existencia de los personajes. A lo largo de la novela observamos cómo el amor pide a gritos intervenir en medio del vacío que produce la relación de Vicente con sus padres, con su novia, con su hijo (aun en el vientre materno), y, por supuesto, con la sociedad en la que vive.
En Vicente se halla el núcleo de la novela, el personaje donde el autor ha puesto mayor esmero y ternura. La historia de Mario ofrece el contrapunto, por su tono de humor, a las historias de Nerea (terrible ejercicio de adentrarse en el sinsentido del terrorismo) y de Vicente. En este sentido, es un libro equilibrado, meditado y profundo que descubrirá en los jóvenes su necesidad de amar y, decididamente, su afirmación de Sí a la vida.
En conclusión, nos encontramos ante un libro desgarrador y muy recomendable para nuestros jóvenes, necesitados de historias llenas de sentido, y más si cabe, de sentido de existencia.
El amor se convierte en un tema axial de la novela, un tema latente en el libro, ausente en toda la trama hasta el final, cuando -de modo climático- descubrimos qué es lo que da sentido a la existencia de los personajes. A lo largo de la novela observamos cómo el amor pide a gritos intervenir en medio del vacío que produce la relación de Vicente con sus padres, con su novia, con su hijo (aun en el vientre materno), y, por supuesto, con la sociedad en la que vive.
En Vicente se halla el núcleo de la novela, el personaje donde el autor ha puesto mayor esmero y ternura. La historia de Mario ofrece el contrapunto, por su tono de humor, a las historias de Nerea (terrible ejercicio de adentrarse en el sinsentido del terrorismo) y de Vicente. En este sentido, es un libro equilibrado, meditado y profundo que descubrirá en los jóvenes su necesidad de amar y, decididamente, su afirmación de Sí a la vida.
En conclusión, nos encontramos ante un libro desgarrador y muy recomendable para nuestros jóvenes, necesitados de historias llenas de sentido, y más si cabe, de sentido de existencia.
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