viernes, 25 de septiembre de 2020

La tumba de excusas del fumador

 Tenía seis años cuando mis primos me hicieron darle una calada a un cigarrillo. Un niño inocente al que le ponen en la boca, de repente, el arma más mortífera de la sociedad occidental. Seguí de forma fidedigna las instrucciones de aquellos tres jóvenes sin escrúpulos: «Chupa con fuerza». Y así lo hice, entre las carcajadas de quienes veían cómo, de repente, aquel pequeño de ojos azules se ahogaba con una sola calada de sabor vomitivo.

Gracias a esa experiencia tan nefasta y que recuerdo con verdadera repugnancia, jamás volví a ponerme un cigarrillo en la boca. Aquel niño inocente aprendió con una sola calada lo estúpido que era fumar y el gran castigo que recibe el cuerpo del fumador cada vez que enciende un cigarrillo.

Luego, la vida me enseñaría lo endeble que es nuestro cuerpo y que es el vehículo que tenemos para toda la vida. Si gripas su motor, ¡la has fastidiado! Entonces, ¿para qué dañarlo con sustancias tóxicas si aun con una vida sana te surgen enfermedades?

Alguno se preguntara: «¿Y qué paso con aquellos protagonistas que jugaban con el tabaco como si fuese un inofensivo muñeco de peluche?». Para no extenderme, contaré lo que le pasó al que me puso el pitillo en la boca. Este a los cincuenta años fue operado de cáncer de garganta y actualmente lleva una cánula de traqueotomía. Da verdadera pena hablar con él porque apenas se le entiende, además, en cada aliento ves un sufrimiento atroz. ¿Y por qué? ¡Por ingenuo! Así es, todos los fumadores son unos ingenuos, dado que no se dan cuenta de que es una droga aceptada por la sociedad y respaldada por nuestros gobiernos, ya que sus impuestos aportan una gran cantidad de dinero a las arcas del estado y recorta la vida de los pacientes, ahorrándose muchas pensiones. Pero, lo peor de todo, no se dan cuenta del daño que generan a su cuerpo.

El fumador es tan ingenuo, que cree que las enfermedades y la muerte por fumar solo se dan en los demás. «¡A mí no me va a pasar nada!». Y en su subconsciente pulula un peligroso sentir: «La muerte, la enfermedad, solo les puede ocurrir a los demás». Y fuman, y siguen fumando como si el cuerpo fuese un muro infranqueable, sin ser verdaderamente conscientes de que por el camino, millones de cánceres,  infartos, ictus y enfermedades crónicas acaban con siete millones de personas al año. Pero, claro, ¡eso solo le puede pasar a los demás!

Ay, ay, querido ingenuo fumador, todos los excesos se pagan, pero lo más sorprendente es que un fumador está pagando para morirse antes. Son capaces de gastarse entre 18.000 y 30.000 euros en tabaco de media a lo largo de sus vidas, pero no se gastarán unos pocos euros en pedir ayuda. Y se crean una tumba de excusas: «Es que estoy pasando por momentos de estrés, ya más adelante» -no se dan cuenta de que el tabaco es el principal detonante del estrés, dado que es el que crea la ansiedad, no la calma-; «Bueno, ya me lo dejaré, no es el momento»… Y ese momento se va posponiendo, posponiendo, y la tumba de excusas va creándose, hasta que acaban sin darse cuenta en esa tumba, pues llega el día en que ese cigarrillo inofensivo se convierte en el tope que soporta el cuerpo y acaba desarrollando una enfermedad y, para siete millones de personas, la muerte. ¿De verdad quieres enterrar todos tus sueños por un vicio? ¿De verdad no quieres ser libre?

En la prisión donde trabajo realizo un proyecto muy bonito, pues coordino un taller de escritura con los internos donde narro sus historias. Eso me permite hablar con ellos e interiorizar en sus vidas. Recuerdo uno de esos muchachos que fumaba a sus 33 años 30 porros al día y lo llevaba haciendo desde los 13 años, pues en una sola sesión conseguí mentalizarle para que lo dejase y, además, de forma definitiva. Al igual que con una interna de 56 años que era fumadora empedernida desde la adolescencia. Casos extremos que muestran que cualquier persona puede dejarse de fumar en cuanto llegas a su interior y a su subconsciente.

Solo puedes modificar una conducta extrema, como el caso de las drogas, cuando tocas la fibra de quien ha caído en una adicción y le produces un despertar. Y así fue cómo me dije: «¡Tengo que crear un curso para ayudar a los fumadores!». Me compré un equipo completo de grabación y durante un año estuve trabajando en el proyecto. Fue agotador, pero quedé muy satisfecho con el resultado por la eficacia del mismo, dado que personas que lo habían probado todo y a las que les resultaba imposible dejar de fumar, ¡ya son libres tras realizar el curso!



 

Si necesitas ayuda, aquí tienes el curso que he creado: «Deja de fumar para siempre en 75 minutos. Método Gargallo».



Recuerda que un día puedes despertar y darte cuenta de que ya es demasiado tarde, el momento es ahora: ¡actúa! Tu salud mejorará, las cadenas se romperán, te ahorrarás muchísimo dinero y por fin podrás disfrutar de los verdaderos placeres de la vida, pues un fumador no disfruta ni de las comidas, dado que luego tiene que seguir alimentando al devorador de sueños. 


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